AB

AB

Un rayo de sol se posó en su mejilla. Sin ganas abrió los ojos y se incorporó de la cama. Desde que tenía uso de razón la habían estado preparando para ese día. Se miró la mano. La pulsera desgastada decía quién era y marcaba su destino. Después del gran virus del 4852, la población se había segmentado por grupos sanguíneos y su grupo, el AB, era el que se había visto más afectado, solo quedaban unas veinte personas.

Se levantó y se limpió, sería la última vez que su piel estaría lista y perfecta. A partir de este día iniciaría el ritual de extracción de sangre. Solo en pensarlo se le llenaron los ojos de lágrimas. Su grupo era el donante universal, así que era imprescindible en el campo de la medicina.

Se vistió con delicadeza. Su uniforme sería una túnica marrón que le escondería todas las heridas. Antes de salir se miró en el espejo. Allí vió una mujer y se sorprendió de ella misma. Había dejado de ser una niña.

Con resignación salió de su cubículo para dirigir-se a la plataforma gravídica. Hasta ahora le habían dejado vivir con los otros niños, pero a partir de ahora viviría al nivel superior con los pocos que quedaban de su grupo. Dejó atrás la fuente donde hacia navegar los barcos, el patio donde jugaba a ser conquistadora espacial y el banco donde merendaba mientras el sol se ponía.

Cuando solo le faltaba una calle para llegar a la plataforma, frenó el paso. El miedo se apoderó de ella. Sabía que era una afortunada por ser donante, que era necesaria y que su obligación era cumplir con su deber asignado. Pero no quería dolor, ni estar sometida, ni reclutada, ni encadenada. Temblando y con escalofríos pulsó el botón. Empezó a subir hasta que notó que los estabilizadores gravitacionales frenaban la cabina. Las puertas se abrieron. Hizo un paso atrás en ver las ramas, símbolos de la pureza que a partir de ahora le harían brotar la sangre que después recogerían. Y así cada día, por siempre más.

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