FINITO
─Que tiene fin, seis letras… ─ Ricardo murmuró para sí mismo mientras mordisqueaba el bolígrafo observando la página de crucigramas del periódico.
¡PLINK! ¡PLINK!
Alguien entró en la tienda, el tintinear de las filigranas chinas de encima de la puerta repiquetearon durante unos segundos y luego el silencio. Pero nadie llegó al mostrador.
Levantó la vista y allí estaba el tipo en medio del pasillo de productos de limpieza, alto y delgado, vestido con chanclas, pantalones cortos viejos y una chaquetilla raída y sucia con capucha. Parecía un drogadicto, e iba mirando nervioso entre los estantes, buscando algo y mirándole con disimulo.
Ricardo se levantó de la silla y le observó detenidamente:
El tipo sudaba copiosamente, y eso que el aire acondicionado estaba a toda potencia.
─¿Quiere algo? – Preguntó Ricardo mientras aquel hombre, oculto tras una pila de paquetes de papel higiénico le hacía gestos con la mano de que no necesitaba nada.
─¿Qué busca?
El tipo siguió sin hacerle caso, y continuó mirando pasillo tras pasillo, hasta llegar al final de la tienda, luego se dio la vuelta y se acercó al mostrador a toda velocidad, parecía enajenado.
Ricardo acarició el bate de béisbol que tenía oculto bajo la caja registradora.
─¿Qué te pasa amigo? ¿Qué necesitas?
El hombre se sacó un pañuelo del pantalón y comenzó a secarse la frente mientras miraba tras el mostrador, a la puerta del almacén, mientras se pasaba la lengua compulsivamente por unos labios llenos de heridas y ampollas:
─ ¿Dónde está mi mujer?
─ ¿Qué? – Ricardo le miró con cara de extrañado ─ ¿De qué hablas?
─Mi mujer, ¿Dónde está? – Al hablar, proyectiles de saliva salían despedidos en todas direcciones de su boca. Aquel sujeto estaba en las últimas, ojos rojos e inyectados en sangre, piel amarilla, ojeras horribles. Un drogadicto en toda regla.
─ ¿Qué mujer? – Ricardo estaba alucinado.
─Mi mujer ha entrado aquí hace diez minutos… ¿Dónde está?
Ricardo le señaló con furia:
─ Tú eres la única persona que ha entrado desde hace más de una hora, no hay nadie…
─¡Y una mierda! – ¡LUCÍA! – El tipo gritó en dirección a la puerta del almacén ─ ¿ME OYES?
Ricardo comenzó a alarmarse, ¿Quién era ese loco?
─¿Qué haces tío? ¡No hay nadie! No ha entrado nadie. – Ricardo señaló a su alrededor, la tienda, completamente vacía.
─¡UNA MIERDA!
El hombre trató de saltar sobre el mostrador, y Ricardo le tuvo que empujar violentamente, tirándolo de nuevo al otro lado. El extraño cayó sobre un montón de cajas de detergente apiladas que se desmoronaron como un castillo de naipes. El tipo se quedó allí, entre las cajas mirando a Ricardo fijamente.
Este aprovechó el momento para sacar el bate de béisbol.
─Mira tío, ─ Le señaló la puerta con el bate ─ no quiero líos, ¿Me oyes? Si estás zumbado es tu puto problema. Aquí no hay nadie, ni te voy a dar un euro, así que coges y te largas ¿Me entiendes?
─¡La tienes ahí encerrada! – El tipo, miraba fijamente la puerta del almacén, totalmente descompuesto, hablaba con rabia y parecía fuera de sí.
Y de repente se echó a llorar.
─ ¡LUCIA! – Gritó.
─ ¡Deja de gritar de una vez y lárgate de mí puta tienda! – Ricardo levantó el bate en gesto amenazante.
El tipo sorbiendo lágrimas y mocos y comenzó a levantarse lentamente mientras Ricardo cogía su móvil y se lo enseñaba, amenazando:
─ Si no te vas ahora mismo llamo a la policía, y verás donde duermes hoy…
El hombre hizo un gesto con las manos, indicando a Ricardo que se detuviera, parecía que estaba entrando en razón. Se limpió los mocos y las lágrimas con la manga de la chaquetilla, y poniéndose en pie, se alejó un par de metros de Ricardo, que seguía amenazándole con el bate en una mano y el móvil en la otra.
El tipo le observó fijamente, y señaló tras Ricardo:
─¿Qué hay ahí?
─¿A ti que cojones te importa? Si no te vas, voy a llamar a la poli.
─Solo quiero saber que tienes ahí dentro. Mi mujer…
─Tu mujer no ha entrado aquí, puto loco – Ricardo comenzó a gritar también. Se dio cuenta de que estaba perdiendo los nervios y volvió de nuevo a un tono de voz más normal ─ no hay nadie, solo estoy yo, y no la he visto ¿Te enteras o qué? ¡Es un puto almacén!
─Mira colega, abre esa puerta ¿Vale?, déjame entrar a mirar y me voy…
─Ni si quiera llevas anillo.
─¿Qué?
Ricardo le miraba la mano con la que el tipo señalaba la puerta:
─Ni si quiera llevas anillo, no estás casado…
─¿Qué dices? –El tipo parecía contrariado – Cuando digo mi mujer… No me refiero a mi esposa… es mi... novia ¡Mi mujer! Simplemente.
─Claro – Ricardo endureció el tono de voz – Y solo quieres entrar en el almacén conmigo… ¿No? ¿Y quién me dice que no me sacarás una navaja o una pistola cuando entremos? ¿Eh?
─No… No me voy a mover de aquí si lo abres ¿Vale?
Ricardo aspiró profundamente, durante unos segundos se quedaron los dos observándose, en silencio. Finalmente, Ricardo sin dejar de mirar fijamente al tipo, abrió la puerta del almacén, y encendió la luz de un fluorescente que bañó una especie de cuarto enorme, del que salía ruido de maquinaria, y se veían pilas de productos embalados a ambos lados. En el centro no había nada.
─¿Ves? ¡No hay nadie!
─ ¡Me cago en la puta! - El tipo hizo el gesto de pasar al otro lado del mostrador, pero Ricardo volvió a amenazarlo con el bate. El extraño estaba contrariado y fuera de si, finalmente comenzó a buscar algo frenéticamente, dentro de los bolsillos de sus pantalones.
A Ricardo se le secó la boca de golpe al ver el brillo de la hoja de un cúter.
¡PLINK! ¡PLINK!
La puerta.
Uniforme azul entre las estanterías.
─¿Hola?
─¡Hola! ¡Aquí! ¡Tiene un cuchillo! – Gritó Ricardo.
Ricardo observó como el extraño tiraba el cúter bajo unas estanterías.
El policía llegó hasta la zona del mostrador, con la pistola en la mano, pero sin levantarla.
─ ¿Qué coño pasa? Nos ha llamado el dueño de la heladería de aquí al lado, ha escuchado gritos…
Ricardo suspirando aliviado dejó el bate sobre el mostrador:
─Este yonqui quería atracarme. Me ha amenazado con un cúter, al oírle entrar lo ha tirado bajo la estantería.
El policía no se movió, miró fijamente al tipo:
─¿Es cierto? ¿Dónde?
El tipo sudaba copiosamente:
─Mi… Mi…Yo…
Ricardo señalaba las estanterías al policía, que miraba fijamente al extraño:
─Lo ha tirado ahí debajo, seguro.
El policía se acercó al tipo:
─Date la vuelta y pon las manos en la espalda… No me des problemas ¿Vale?
─Yo… Yo… Lucía…
El tipo quedó esposado rápidamente, mientras el policía le registraba la ropa.
¡PLINK! ¡PLINK!
Otro uniforme entre las estanterías:
─¿Qué pasa?
─Este, que iba a robar…Tiene un cúter…
─¿Benito?
El tipo se dio la vuelta y miró sorprendido al policía que acababa de entrar:
─Ernesto… Yo no he hecho nada…
─¿Le conoces? – El otro policía parecía contrariado.
─Si, es Benito, de Parques y Jardines, desayunamos en el mismo bar debajo de mi casa, ─ Señaló a su compañero que guardara el arma, y este lo hizo de inmediato y se cruzó de brazos con gesto contrariado ─ es un poco… Ya sabes… especial ─ Se tocó la cabeza disimuladamente, pero Benito captó el mensaje.
─Tengo asperger. ─ Dijo con toda la dignidad que pudo ─ No tiene nada de malo. Lucia siempre dice que tenerlo o no tenerlo es lo mismo, solo que… Cada persona tiene su propia forma de entender unas cosas u otras.
─Yo no he dicho que tenga algo de malo Benito. – El policía parecía avergonzado del gesto que había hecho a su compañero.
─Ernesto, yo no he hecho nada. – Benito se apretaba las manos con fuerza la una contra la otra en un gesto que parecía suplicar al policía.
─Tranquilo Benito. – Miró a su compañero─ Suéltalo.
─Tiene un cuchillo – Ricardo parecía alucinar con la secuencia ─ Me ha amenazado, ¿Y lo vais a soltar?
─¿Es un cúter o un cuchillo? – Preguntó el otro policía.
─Un cúter – reconoció Ricardo en tono seco. – Pero un cúter es igual de peligroso que un cuchillo…
─¿Dónde está Lucia? – Mientras su compañero le quitaba las esposas Ernesto se situó frente a Benito y le puso una mano en el hombro en tono amistoso.
─La tiene él…─ Señaló a Ricardo. ─ Ahí dentro – Señaló el almacén.
─¿Qué? YO NO TENGO NADIE… ─ Ricardo parecía cada vez más nervioso y fuera de sí, se secó el sudor de la frente con la camisa ─ Este tío es un loco, ha entrado gritando, me ha amenazado con un cúter…
─Es de parques y jardines… En su trabajo es normal llevar un cúter. – Ernesto hablaba con calma y tranquilidad.
─¿Y es normal que me amenace?
Ernesto fijo su mirada en el bate de beisbol que había sobre el mostrador, y luego volvió a mirar a Ricardo. Este bajó los ojos, avergonzado.
─¿Quién es Lucia? – El otro policía no entendía nada.
─Es la monitora de Benito, está a su cargo – Ernesto se giró hacía Ricardo.
-Y nos vamos a casar. – Dijo Benito con una enorme sonrisa – Le he regalado un anillo que me he encontrado esta mañana en el parque de la Ciutadella. Uno super guapo. Y le he pedido que se case conmigo, ella me ha dicho que se lo pensará, pero se ha puesto el anillo ¿Eso es que sí?
Ernesto sonrió a Benito, y le puso la mano sobre el hombro amistosamente mientras miraba al tendero:
– Le importa si pego un vistazo dentro… Solo para que se calme… Ya sabe… ─ Ernesto mantenía distraídamente la mano sobre la cartuchera.
─Esto es de locos… ─ Ricardo le hizo un gesto a Ernesto para que pasara al otro lado del mostrador, el otro policía se quedó con Benito donde estaban.
El almacén era un enorme cuarto sin ventanas, a ambos lados había estanterías llenas de productos que acumulaban polvo por todas partes, al final, varios frigoríficos. Olía muy fuerte a amoníaco y desinfectante. Y a otra cosa que Ernesto no supo identificar.
─Qué calor hace aquí dentro ¿no?
─Es por las máquinas… Y como no hay ventana…
─Claro.
El policía miraba entre los estantes, al final del almacén había una enorme lona negra cubriendo algo, un bulto, de debajo de la lona se filtraba un charco, de algo negruzco y espeso.
Olía a eso. A sangre.
El policía se agarró al arma sin desenfundar y señaló la lona poniéndose tenso:
─¿Qué es eso? ¡Destápalo!
─Bueno yo… Ricardo parecía nervioso. ─ Mire, no se ponga nervioso, ¿Vale? Es que… Bueno…
Ricardo se acercó a la lona y la destapó.
Los ojos muertos del cordero parecían mirar al techo, su lengua colgaba rígida de lado, en una mueca dando a la cara un gesto extraño.
El cuerpo goteaba sangre sobre el suelo.
─Tiene que venir el carnicero a las doce a despiezarlo, lo he sacado para que se vaya descongelando y no esté tan duro… Ya sé que dejarlo en el suelo no es muy salubre, pero…
Ernesto relajó la presión sobre el arma mientras suspiraba aliviado:
─Bueno, vale, vamos a… ─ Y entonces vio el congelador medio abierto, y la mano.
-Llevaba un anillo. Y yo lo quería. – Murmuró el tendero antes de taparle la boca.
***
El otro policía miró la hora:
─¿Ernesto? – Dijo en dirección a la puerta del almacén.
No hubo respuesta.
─Finito…
─¿Qué? – Se giró hacia Benito que miraba el periódico.
─ Que tiene fin, seis letras… Finito. – Benito señalaba el crucigrama del periódico.
─Ah, vale.